Avistamos el pueblo de Roblelacasa a lo lejos; una mancha negra perfectamente integrada en el paisaje y si no fuera por alguna piedra blanca y coches reflectando la luz del sol, sería prácticamente imposible distinguirlo entre los montes, árboles y jaras. A medida que nos vamos acercando, cada vez aparecen más detalles: casas de diversas formas y tamaños, terrazas abandonadas, huertos descuidados. Nos adentramos en el pueblo…
Primera Impresión
Encontramos la fuente de Roblelacasa, pero no funciona… No lo puedo explicar, pero me entristecen profundamente fuentes sin agua, es como si hubiera muerto… y a la gente no le importara, porque ¿no queda nadie para cuidarla? ¿El pueblo está deshabitado?

Seguimos el camino, y prácticamente nos tropezamos con dos jóvenes ocupando toda la calle con sus cómodas sillas plegables de playa, cervecitas y chips. No les sacamos fotos, porque sería demasiado descarado por nuestra parte meterles el objetivo en la cara, pero la escena es muy fácil de imaginar, tal cual descrita. Parece que el pueblo tiene chispa…
Aún estábamos reflexionando sobre la vida idílica de los jóvenes, cuando llegamos a un cartel que despertó aún más nuestra curiosidad:
Las casas de Roblelacasa son uno de los mejores ejemplos de la Arquitetura Negra de toda la comarca.


Vimos la torre de la iglesia y allí nos dirigimos: una bonita fachada, de pizarra negra, con una cruz típica de esta zona, elaborada con piedra blanca que se llama «gorrones de cuarzo» que salen de la tierra cuando se labra. Una construcción sencilla, sobria, armoniosa. Fuimos a dar la vuelta y… ¡cuál fue nuestra sorpresa cuando descubrimos que sólo quedaban la puerta, el arco y algún fragmento de la pared y el interior estaba vacío; se estaba reconstruyendo, pero actualmente los trabajos se han parado por falta de financiación. De todos modos, la iglesia tiene un encanto especial de tesoros-escondidos-secretos-enterados.


Resumiendo la primera impresión: aunque con huertas y fuentes abandonadas, es un pueblo con sangre joven y, aunque apartado de la ruta principal de la Arquitectura Negra, está considerado uno de los pueblos negros más típicos y bonitos – definidamente Roblelacasa es una joya.

¿Dónde están todos? o Cómo renació Roblelacasa
Nuestra relación con Roblelacasa continúa en Campillo de Ranas, a 4 kms: entramos en una tienda de artesanía y no sé porque me dio por empezar a hablar con la Señora dependienta. Le hice una pregunta muy sencilla, sabiendo perfectamente la respuesta, simplemente para establecer el contacto.
– ¿Por qué el pueblo está vacío?
– Hoy es el Medio Maratón de Montaña del Ocejón y todos están en Robleluengo, donde empieza y finaliza. Y vosotros ¿vais a ir a verlo o qué hacéis por la zona?
– Nosotros acabamos de hacer la ruta de las Pozas del Aljibe y ahora queríamos visitar algunos pueblos negros. Ya hemos visto uno, Roblelacasa.
– ¿De verdad? Yo soy de allí, fui una de los tres primeros habitantes que decidimos vivir en Roblelacasa después de que fuera abandonado.


¿CÓMO? En este momento supimos que la intuición no me defraudó y que mereció la pena empezar a conversar con Merche, una mujer joven y muy maja:
Fue hace 34 años. Éramos tres, de veinte y poco años que queríamos vivir en un entorno rural. Soy de Madrid, pero siempre he querido vivir en un pueblo, y por eso dejé mis estudios de biología y decidí escapar de la gran urbe. La verdad es que no me arrepiento de nada. Compramos una casa a la gente de Roblelacasa que ya no pensaba volver, y nos asentamos aquí. No había nadie, éramos los tres únicos, muchos habían abandonado el pueblo porque la vida era dura, no había luz ni agua, y los pocos que quedaban se iban yendo porque les daba mal rollo estar solos en el pueblo.



Cuando llegamos, no había absolutamente nadie viviendo allí, era una sensación extraña – hasta podías correr desnudo por las calles – pero nos gustaba, y no, no teníamos miedo. Somos artesanos, y aquellas condiciones eran muy auténticas: dejábamos de trabajar madera con la puesta del sol (no había luz), y lo teníamos que hacer todo a mano (no había electricidad y las máquinas no funcionaban); nos sentíamos muy cercanos a la naturaleza. Éramos felices.


Los vecinos que venían a revisar sus casas los fines de semana, vieron que vivíamos allí, y empezaron a animarse a volver: primero los jóvenes artesanos, como nosotros, y luego, todos los demás. No, no era comuna hippy, pero si una comunidad de vecinos contentos a los que nos gustaba la naturaleza y la vida sencilla. Ahora en invierno llegamos a ser 20 personas fijas y en verano y fines de semana, muchos más.

Cuando llegaron la electricidad, agua corriente y alcantarillado, sabíamos que nuestra vida iba a cambiar. Desde hace poco también tenemos Internet, con compañías más caras, por satélite, pero lo tenemos. Cuando mis hijos eran pequeños, era bastante difícil, porque no tenía acceso a este recurso ni a otros lujos. Ahora uno de mis hijos está viajando por Perú, conociendo otras culturas y enriqueciéndose de todo lo que te puede ofrecer el hecho de descubrir otros mundos.


No quiero ni imaginar como fue su mudanza hace 30 años. Hoy en día, con autovías y coches modernos, tardamos 2 horas en llegar desde Madrid a esta zona recóndita de Guadalajara. Dudo que los estudiantes de entonces tuvieran coche propio… ¡Cómo me gustaría ver su álbum de fotos de aquellos años! ¡…y conocer a sus padres que respetaron la decisión y le dejaron a su niña vivir la vida tal y como ella quiso!

Para mi es muy admirable que una persona con 20 años sepa como quiere vivir su vida, lanzarse a la aventura y – lo más importante y admirable – ¡no arrepentirse de la decisión hecha de tan joven! Quizá hoy en día los padres modernos son más protectores y a los «niños» les cuesta despegar del nido hasta pasados los 30, 35… Y si les dejáramos volar de jóvenes, ¿hasta dónde llegarían?
Por si vosotros también queréis conocer a Merche, estará encantada de atenderos en su Taller Tres en Campillo de Ranas.

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